lunes, 31 de enero de 2011

Buenos Aires otra vez...



Quiero escribir el comienzo pero mis manos inician el final. Maldita manía la mía de leer siempre no el primer sino el ultimo reglón de toda novela de ficción. La escritura parece contagiarse de esa manera de lectura y acá me atrevo a escribir el ultimo capitulo de una realidad.

“Salta – Tucumán – Buenos Aires” escribía un cartel en la ruta. Estoy volviendo y mientras miro la extensa arboleda que cubre las montañas de Salta mi corazón late lento, triste. Siento que el viaje no merece aun un cierre definitivo, que no ha concluido. Pareciera que he dejado mil cosas atrás, mientras las ruedas giran y mi mirada se pierde a través de estos vidrios fríos, algo se pierde en el camino. Deje, sí, miles de cosas viejas.
El viaje implica un movimiento y por ende un cambio. Un cambio no solo externo marcado por los kilómetros en la ruta, ya que el traslado no es más que una suerte para el turista; el viaje, el viajero, sufre en cambio una metamorfosis, disfruta un cambio interno.

“Concretar en la vida una experiencia hermosa depende de ti” Indicaba un cartel en la terminal de Tilcara.

Una experiencia, una enseñanza, una huella imborrable impregnada en la memoria individual y trasladada al colectivo a través de otros ojos. Nunca falta el familiar o el amigo que en la terminal te nota diferente y no es solo por un bronceado o peinado distinto, el cuerpo habla algún cambio. Ojala mi familia me note diferente cuando atraviese el umbral de mi puerta.
Y yo estoy acá sentada sintiendo que el viaje no merece un final, o más bien, no quiero que concluya. Si tan solo pudiera regresar cuando lo sienta necesario y no porque algo me lo exija. Rutina anual de apariencia interminable.
Y aun sigo buscando el cambio, apresurándolo porque me debo ir. Buscando mas haya de lo que mis ojos pueden ver en la ruta ¿De que se tratará esa especie de “epifanía”? Buscando algo más de la experiencia, viajando internamente, recordando:

Jugar a la guerra de bombitas de agua con nenes de un barrio alejado del centro de Cafayate; dormir en la cima de un cerro mientras los rayos de luz alumbran colores intensos en las montañas de Purmamarca; oír la armonía del charango y el bombo mientras los espectadores silencian en transe melódico en el bar de un pueblo; suspirar con la zamba de una pareja; escuchar el sonido del viento mientras el sol va cayendo en la comunidad Chalala de Jujuy; hablar de la búsqueda del nirvana con un australiano; tomar mate con un japonés y querer matar a una francesa por batir la bombilla en la yerba; oír hablar a Duende en las bases del pucara de Quilmes sobre la esencia de las plantas, los valores de la madre tierra y el Chaman; escuchar los pájaros cantar y el silencio de la multitud de dichas ruinas; ser perseguida por llamás; emborracharme en los laberintos de casas de Humahuaca mientras llovía; perderme por toda Salta después de un carnaval en Cerrillos oliendo a huevo, harina y salsa de tomate; aprender a bailar chacarera una tardecita; perder la noción del tiempo en Campo Quijano y vivir adelantada un día durante una semana; intentar subir a la Garganta del Diablo a las diez de la noche mientras garuaba y ver la infinidad de la oscuridad con centellas de Tilcara; disfrutar un futbol femenino en las lejanías del centro mientras la quebrada impone su lecho; bailar con Alma Jujeña o bailar gustosa en la calle; saborear las humitas mas ricas en Amaicha; enseñar a un canadiense bailar cumbia; notar como el viento dibuja ondas en el agua estancada de lluvia sobre el salar, ver como el cielo no tiene tierra, espejo de una tarde; que un porteño te de instrucciones sobre el consumo de coca; hacer dedo en la ruta; mirar; amar; gritar al viento; soñar…

Se que hay algo más en viajar.
Pero el tren me esta esperando, el regreso es inevitable. Aun así no regresa todo de mi. Una parte quedo acá arriba a los 4000 mts de altura sobre el nivel del mar. Un pedacito de mi alma quedo en el cerro siete colores, en el bar Entre Amigos, en el Dique de Campo Quijano y el cielo que pisaba en la blancura del salar. Un pedacito que se quiere quedar y se quedo, pero que en algún momento atravesara km y volverá en algún mate solitario con vista al cielo de mi patio en Bs As para susurrarme al oído su leyenda en las montañas norteñas.