martes, 26 de julio de 2011

A Mendoza




"un dia de estos me voy a ir, por el camino que nunca fui
lejos de toda mezquindad, todo egoismo..."

Se escucha despacito, casi susurrando la mirada viajera sobre el manto poético de los Andes que descubre con cuidado esos vestigios de luz...
Eran las 6 am de una noche de pícara delincuencia y giros en los barrios de San Miguel cuando el mismo murmullo del amanecer de las cuadras llanas me pidieron una bajada de cambio. Una vez me aconsejaron: Hace lo que sientas. Se siente, se quiere, se puede... y esta alma viajera no puede dejar su curiosidad de lado. Eran las 8 cuando arme el bolso y las 17.45 cuando el retrasado rápido argentino freno bruscamente frente al cordón del atardecer de la terminal de Retiro.
Buenos Aires me despedia por unos días con lo mejor de sus esquinas. Tanto barrio en los coloridos pasillos de la villa 31, tan cosmopolita los reflejos del Sheraton a pocas cuadras, tan contradictoria este azfalto matutino.
Que mejor que acompañar ese atardecer de terciopelo con un poco de reggea en los oidos. La siesta me navega pronto a los territorios de en sueño mientras las estrellas no dejan de sorprenderme con su belleza solitaria en la noche de los campos pampeanos.
Amanece. Se desprende sobre la derecha del metálico a ruedas un sol de una trillada coloracion naranja, un cielo teñido de rojos y azules. Las estrellas apartan la mirada y ya no son las protagonistas presumidas de la mañana. En frente lo innovador para mis ojos: los Andes son pintados de un delicado rosado, sus riscos con nieve son pan de azucar de plaza, una paleta pastel para la bienvenida a una vieja casa ya conocida. ¿Conocida? Seguramente un simple fin de semana no es suficiente para conocerla o más bien recordarla, pero al menos nos deleitaremos con un poquito de sus bordes mas pronunciados.