sábado, 31 de julio de 2010

Día en Misiones


Una iglesia pequeña de color bordo seguido de muchas pequeñas casitas de no mas de dos ambientes pintadas con vivos colores y desparramadas entre la maleza de tupidos árboles.
Mis ojos despiertan para ver la selva. Torpemente pensé que era otro país, en un primer momento creí haber cruzado ya la frontera. Fue mi primer pregunta entre voces del sueño, pero no, esto es Misiones. El desconocido norte de la Mesopotámia se descubre para mostrarme otra faceta de Argentina. Ella, toda, que para mi, con sus diferentes colores desde la cotidiana llanura, las cercanas playas, sus acostumbradas sierras, sus visitadas montañas y ahora nueva selva; parece un colchón de retazos multicolores en el que ahora descanso.
Tierra de la yerba mate y el suelo colorado que con esta lluvia deja charcos color naranja como ladrillo diluido. Un mate gigante se asoma en la ruta y recuerdo leyendas de la infancia. Aunque hay muchas variantes de esta leyenda, algunas que dejan en obvia evidencia la aculturación de las tribus, esta es mi favorita.

Yarí, la luna, miraba llena de curiosidad los bosques profundos con que Tupá, el poderoso dios de los guaraníes, había recubierto la tierra, y su deseo de bajar se iba haciendo cada vez más ardiente. Entonces Yarí llamó a Araí, la nube rosada del crepúsculo, convenciéndola para bajar con ella a la tierra. Al día siguiente paseaban por el bosque transformadas en dos hermosas jovenes; pero sus cuerpos se iban fatigando, cuando a lo lejos vieron una cabaña y hacia ella se dirigieron para buscar un poco de reposo. De pronto sintieron un ruído y era un yaguareté que iba a lanzarse sobre ellas, cuando una flecha disparada por un viejo indio sorprendió a la fiera hiriéndola en el costado. El animal enfurecido se lanzó sobre su herida, al mismo tiempo que una nueva flecha atravesó su corazón. Terminada la lucha, Araí y Yarí fueron tras el indio, que les había ofrecido hospitalidad y entraron en la choza. El hombre vivía con su mujer y su hija quienes las atendieron con gran afecto, contándoles que Tupá mira con desagrado al que no cumple dignamente la hospitalidad con sus semejantes.
Al día siguiente Yarí anunció al viejo que había llegado el momento de marchar. Salieron la mujer y la hija a despedir a las dos aventureras doncellas, que acompañadas del viejo, emprendieron el camino.
El viejo les contó por qué vivía aislado: cuando su hermosa hija creció, el desasosiego, la inquietud y el temor invadieron el espíritu del indio hasta que determinó alejarse de la comunidad en que vivía para que en la soledad pudiese su hija guardar aquellas virtudes con que Tupá la había enriquecido.
Yarí y Araí se vieron solas, perdieron sus formas humanas y ascendieron a los cielos, donde se dedicaron con afán a buscar un premio adecuado. Una noche infundieron a los tres seres de la cabaña un sueño profundo, y, mientras dormían, Yarí fue sembrando delante de la choza una semilla celeste, y desde el cielo oscuro iluminó fuertemente aquel lugar, a la vez que Araí dejaba caer suave y dulcemente una lluvia que empapaba la tierra. Llegó la mañana y ante la cabaña habían brotado unos árboles menudos, desconocidos, y sus blancas y apretadas flores asomaban tímidas entre el verde oscuro de las hojas. Cuando el indio despertó y salió para ir al bosque quedó maravillado del prodigio que ante la puerta de su choza se extendía. Llamó a su mujer y a su hija, y, cuando los tres estaban extáticos mirando lo sucedido se cayeron de rodillas sobre la húmeda tierra. Yarí, bajo la figura de doncella que habían conocido, descendió y les dijo: Yo soy Yarí, la diosa que habita en la luna, y vengo a premiaros vuestra bondad. Esta nueva planta que veis es la yerba mate, y desde ahora para siempre constituirá para vosotros y para todos los hombres de esta región el símbolo de la amistad. Vuestra hija vivirá eternamente, y jamás perderá ni la inocencia ni la bondad de su corazón. Ella será la dueña de la yerba. Después, la diosa les hizo levantar del suelo donde estaban arrodillados, y les enseño el modo de tostar la yerba y de tomar el mate.
Pasaron varios años, y al viejo matrimonio le llegó la hora de la muerte. Después, cuando la hija hubo cumplido sus deberes rituales, desapareció de la tierra. Y, desde entonces suele dejarse ver de vez en vez entre los yerbales paraguayos como una joven hermosa y rubia en cuyos ojos se reflejan la inocencia y el candor de su alma.

- “Tuicha”, “Ipora” tu pepa…- Le decia a mi hermana que miraba decepcionada su vianda de desayuno.

Esas palabras sueltas, que de muy chica me enseñó mi abuela en intentos de conversaciones guaraníes y que para mi son tan cotidianas como el “che”, fueron un cable a tierra. Raices de Obera y la ya dejada atrás Corrientes con mi vieja casa en Paso de los Libres. Claro que sí, estos paisajes no son nuevos son tan mios como los que ya conozco.

Día a Misiones


A la espiral de tiempo caprichosa le gusta hilar esperas y al falso tiempo le gusta llorar gotas dulces, grises y pesadas.
Así comenzó el primer día de viaje: con esperas de una hora y un clima tormentoso. Serán 22 horas hasta Foz de Iguazú para presenciar una de las futuras siete maravillas de la naturaleza.
A pesar de las expectativas aun no pienso en eso, el futuro aunque esta programado sigue siendo incierto. Ahora lo que me preocupa es eso, el ahora. Es en el presente, en el que vuelco con chorros de tinta símbolos que representan ideas con mezcla de materia gris y sangre, cuando la compañía no es grata. Son dos vértices opuestos que se equilibran en mí. Andrea se maravilla con facilidad y es tan entusiasta como una niña en una dulcería, Paula en cambio es totalmente escéptica y las sorpresas fluyen en su rostro como si fueran parte del orden de lo cotidiano. Andrea tiene más de 40 y parece de 12 años. Paula con solo 18 años parece de 50. Esta vez me toco cumplir el rol de colchón amortiguador y para colmo estoy lejos de ella. Mis ansias por tocar sus cuerdas en estos momentos de silencios parecen precipitarse al borde de la desesperación cuando escucho uno de mis temas favoritos. Ansiedad encerrada en un cuerpo duro que mira la ruta deformada por las mojadas ventanas. Los acordes sublimes son interrumpidos por la voz molesta del cordinador de excursión. Me siento tan “turista” y ese sentimiento combinado con la reiterativa palabra “familiar” me estrujen el estomago, sumado a que aun no divise a ningún espécimen masculino de 20 años.
La voz sigue molestando y el dictado de precios con títulos como “La Gran Aventura”, “El Famoso Gomon”, etc, es una puñalada a mi instinto viajero. Soy tan pero tan turista… Para los que viajar significa un soplo de libertad, las agencias de viajes son el chupa sangre de ese espíritu. Vampiros que además de vaciar de aventura al viaje vacían los bolsillos cobrando $180 un paseo que viola mi derecho a transitar libremente. Dicho artificio para los ilusos, ya que la realidad es otra, donde una joya tan nuestra es extraída, “pulida” y publicada como tapa de revista por los vampiros mayores. La palabra privado fue el ultimo golpe a mi estomago. Pero estas son hipótesis que de a poco se corroboraran al acercarme a la meta con cada giro de neumático en la ruta.
Es hora de dormir bajo melodías tristes, casi de cuna que me reagalan un petalo de sal.

Veo las luces de la ciudad a lo lejos en la oscuridad de la lluviosa noche, como un incendio naranja que interrumpe la negrura con sus llamas, la naturaleza con su tecnología.
Los minutos pasan pero las horas no. Las piernas molestan, la espalda también. Son las 4 a.m. y parece que todos duermen. Soy yo la única molesta con la luz encendida que lee un libro que hace unos 30 años también era considerado molesto.
Los minutos pasan pero las horas no. ¿Que motiva a estas personas a pasar casi 24 horas en una prisión móvil? ¿Por qué aquel adicto al tabaco decide contener sus ansias la borde de la locura por tanto tiempo con el fin de tomar una foto? ¿Ese tipo de sacrificio, del cual se queja, vale mas ahora que esta por llegar a la meta que por un par de pulmones sanos en una habitación de su casa? ¿Qué hay a cientos de Km. que no hay cerca de casa? Si todos lo dicen debe ser verdad: No hay que morir sin conocer las Cataratas del Iguazú. Mientras tanto me las imagino.