Imaginaciones

Noche de Encuentro

Sonidos de sombras mezclados con dulces frases de voces risueñas inundaban de rocío el aire de un paisaje no cotidiano. Gotas de agua cascabeleaban a un costado y bailaban saltarinas entre las rocas de un río dulce. Cielo oscuro centelleaba en el espacio; solo la luz de una luna tímida existía, que de vez en cuando se escondía detrás de un biombo de nubes para dejarlos solos.
Ella sonaba artesanalmente su instrumento humano. Caja sonora de repetidas palabras que una vez entre susurros le había murmurado al oído cuanto lo deseaba a el. Despacio la música atravesaba y reducía el espacio fragmentado que los separaba. No se tocaban, ni sus ropas se rozaban pero la brisa hacia que sus cuerpos se abrasaran y en una danza de aire formaban parte del todo. Ella sentía sus pies flotar, estaban apoyados sobre el pasto fresco y sus dedos jugaban inquietos a doblegar su cabello ante su presencia. Apoyar sus miradas era como atravesar una ventana hacia un mundo eléctrico. Sentimientos inexplicables que solo la química puede sostener. Grillos de fondo cantaban la serenata de un instrumento con seis cuerdas; el cual, en un cosquilleo de manos, era dejado a un costado por él, olvidado, callado para darle lugar a un conjunto musical mucho más placentero y lujurioso. Sin pedir permiso, sin defecto, sin censura y sin colchón. Con naturaleza, con verano y miles de estrellas. Hundidos en cada centímetro de pradera alguien había olvidado apagar la luz de la luna que más curiosa que nunca arrimaba su mirada. Una mezcla de ansiedad y calma detuvo el cantar de los grillos, la corriente del río, el centellar de las estrellas. Inhalaba cada suspiro de su garganta como si fuera el último gramo de aire que existía. Cada uno recíprocamente alimentándose del otro se ofrecían como único refugio a sus cuerpos. El tiempo se hizo la nada en medio de un suspiro vulnerable con vestigios de una explosión de ser. Una noche de encuentro para una mañana sin ausencias.




Desencuentro

Estoy trabajando en un documental fotográfico para una muestra sobre víctimas, desapariciones y asesinatos relacionados con la trata de personas. Para mi es muy importante porque una vez en mi vida había trabajado sin saberlo en el cerebro operativo de dichos delitos, había sido el mayor escándalo de los años noventa, donde una sociedad tan prestigiosa no había resultado ser más que una máscara para poder lucrar con la vida de miles de personas inocentes. En el fondo la culpa me carcomía y de alguna manera siento que les debo algo de mí. Quizás haciendo memoria de sus vidas podría tener su perdón. Mariana, mi colega y amiga de toda la vida, me esta ayudando a recopilar la información.
- ¿Alcanzas o queres que te traiga una escalera más alta?- Me decía mientras intentaba arrancar un libro más grande que yo de lo más alto de la biblioteca. Del tirón las hojas resbalan de mis dedos y caen con un sonido estrepitoso en la sala silenciosa. Miro a mí alrededor para ver si algún encargado me había visto. Temo por sus posibles daños pero sus páginas amarillentas y sus retratos en blanco y negro no sufren rasguño alguno.
- ¿Qué pasa en que te quedaste pensando?- Le dije a Mariana que se distrae con una foto.
- Nada es muy parecido al primo de Fabián ¿Te acordas Fabián mi ex novio de la facultad?-
- ¿El que se fue a vivir a España hace, cuánto, diez años?-
- Bueno, su primo era el que te dejo plantada en esa cita a ciegas que te planeamos una vez. – Le echo una mirada a la foto detrás de su hombro. – Bueno así se veía él, es muy parecido. Supongo que te querrás matar era muy lindo, el más lindo de todos los primos. Lástima que nunca lo conociste ¿Queres que siga cebando mate?-
Debajo de la fotografía se lee en letra chica: Daniel Prieto (1970 – 1995), asesinado por Francisco Romero, ex policía y empleado de Truman and Wilson, asociación implicada en el trafico de personas. Su cadáver fue hallado por un botánico hace cuatro años en uno de los lagos de la Reserva Ecológica de Costanera Sur. Implicados testificaron recientemente en los juicios que Prieto había escuchado conversaciones operacionales de esta banda en un bar cercano a Puerto Madero.
Nunca hubiese imaginado que mi mayor secreto volvería a mis recuerdos esa tarde de invierno cuando vería su fotografía en manos de Mariana. De alguna manera nunca me había enterado hasta este preciso momento. De repente todas las piezas encajan, todo tiene sentido. En la foto es tan hermoso como lo recuerdo y su mirada muestra esa personalidad que tanto quiero. Mis manos sosteniendo el libro se congelaron. Estoy hipnotizada en un mar de recuerdos, pasiones y sentimientos. Habían pasado unos diez años. Mi mente recuerda los sucesos como la proyección de una película. Asi nos habíamos conocido…

Todo había comenzado un viernes de primavera. Como todos los viernes, como le pasa a la gente en general, esperaba que la mañana terminara para dar inicio al fin de semana.
¿Que estas leyendo? Dijo un ex policía que venía a retirar su cheque por trabajos de seguridad relacionado con la empresa. Les daba mucha curiosidad saber que eran esos libros en los que me sumergía en mi tiempo libre o en el desayuno ¿Cómo un libro iba a ser más ameno que una charla con tantos hombres? No lo podían entender. Leía y al mismo tiempo temía. Cosas que temía en mi mente, las miradas, los comentarios, no me gustaba ser el centro de atención y no quería que se percataran que tan diferente era.
Dejaba atrás los colores, los jeans rotos, el pelo enmarañado y la guitarra al hombro para envestirme en el disfraz matutino de la semana. Botas de taco, cartera, camisa blanca y sobretodo acompañado por la desagradable cola de caballo que colgaba de mi cabeza como cereza de postre ¿Qué mejor como primer experiencia laboral la de secretaria administrativa y asistente? Hoy en día es pedir mucho así que deje mi pelo rebelde y la música para las tardes resignándome a tomar responsabilidades de una vez por todas.
El buffet de abogados por alguna razón siempre estaba lleno de ex policías que buscaban trabajos de seguridad o changas momentáneas. Acá se pagaba bien por sus servicios, se podía costear ya que se trataba de una de las firmas más reconocidas y prestigiosas de Puerto Madero, lo cual hacia altaneros y soberbios a todos sus miembros legales que competían por desfilar el más caro traje Armani todas las mañanas.
- Nada solo un par de cosas para la facultad- Conteste sin retirar la mirada de mi libro. Sin decir nada más continúe tomando mi mate. Sentí como me miró unos segundos mientras levantaba su campera en posición de descanso para lucir su arma.
- Bueno cualquier cosa que necesites hacemelo saber, voy a venir seguido por acá linda. – Estaba acostumbrada a ese tipo de comentarios. Lo malo de trabajar en mesa de entrada era eso. Todos pasaban por mi oficina sin necesitar mucha escusa.
Amaba las poesías de Benedetti. Ellas eran mi cable a tierra y formaban casi toda mi biblioteca andante. Los desayunos a su lado eran mas interesantes que la conversación con secretarias que solo pensaban en seducir abogados, o con los mismos abogados que siempre inclinaban las charlas a temas sexuales.
La mañana seguía avanzando y a pesar de lo rutinario que parecía este día, la tarde tenía pinceladas con colores diferentes. Estaba nerviosa. En el recorrido me sudaban las manos y mi panza volaba. Con cada paso que daba me acercaba más al lugar de encuentro y mis ansias crecían de a poco. Me iba arrepintiendo. No entendía porque accedí a someterme a este experimento de Mariana y Fabián. Siempre fui un desastre para las citas y no me quería imaginar lo mala que sería para las citas a ciegas. El bar donde me cito Daniel era muy pintoresco. Si pretendía sorprenderme lo había logrado. Ahora entiendo la fascinación de mi abuelo por este lugar, donde pasaba las noches después de bañarse en la Costanera durante sus años de juventud. Balcones por doquier parecidos a obras Shakesperianas. Detalles en vitro que mostraban una fuerte descendencia alemana y cervecera. Hasta los azulejos y las baldosas eran contagiados con el entusiasmo de la cebada. Tomé asiento en la mesa número ocho y coloqué una margarita recién comprada sobre la mesa para que me reconociera como acordamos por teléfono. La flor era solo un detalle romántico ya que no hacían falta muchas vueltas para reconocerme. Era la única colorada de pelo corto y enrulado que había en el patio de la Cervecería Munich. Mis nerviosos dedos hilaban torbellinos sobre mi pelo y mi pie daba golpecitos al ritmo de los minutos del reloj. El tiempo pasaba y nadie se acercaba a mi mesa hasta que una voz conocida me saludó desde atrás.
- ¿Qué hace por acá la secretaria mas eficiente y bella de la empresa?- Era mi jefe junto con otros abogados, gente del servicio de seguridad y hombres de traje negro con cara seria que no conocía. Me dijo que frecuentaban mucho ese lugar con sus colegas para cerrar tratos entre el tango y la cerveza de un cuarto exclusivo y privado. Yo no quise dar muchas explicaciones sobre mi presencia allí. No quería dar más detalles a los chismes del día siguiente. Asi que hice un poco de malabares con las palabras, lo salude cordialmente y se retiraron al segundo piso.
La margarita sobre la mesa perdía esplendor. La luna anunciaba su ausencia. Pagué lo consumido, tiré la flor al cesto de basura y me retiré con un gran vacío en el pecho atravesado por la música de tango.
A la mañana siguiente decidí que la noche anterior no arruinaría mi tarde de sábado así q elegí despejar mi mente con un poco de aire fresco y fotografía.
Esta vez fui a Costanera Sur a visitar un poco de naturaleza en la reserva.
Me fui acercando y vi la muerte de lo que antes solía estar lleno de vida. El agua ya no estaba ahí como yo lo recordaba, la sequía dreno por completo el pantano. Ahora era una barrera triste y seca entre la civilización y la naturaleza. Montículo de tierra, desierto atravesado por motores en el aire. Un dolor profundo en el estómago me surgió de un recuerdo vano que me relató mi abuelo acerca de una historia argentina reciente, llena de dolor, de sangre y muerte. Muerte. ¿Serán verdad las historias de mi abuelo materno sobre la verdadera razón de ser de ese desierto triste y los aviones? Aviones, cuerpos, mar, río. Personas que son memoria, gente que ya no esta. Me llenó de indignación y recordé mis épocas en el archivo con mis fantasías de Sherlock Holmes, luego de un tiempo de grandes rumores entre los empleados de la empresa. Pero obviamente un lugar tan prestigioso entre la alta sociedad no iba a estar involucrado en crímenes de esa envergadura, no eran más que rumores.
Me tomé unos segundos para observar y calcular los ángulos, la luz y buscar ese pequeño toque que hacían de mis fotografías una marca personal, una pasión. Si lo volvía a encontrar una vez más sería un año menos en la maravillosa carrera que me permitía mostrarle al mundo mi ojo caleidoscópico.
La arquitectura de ese lugar era soberbia, demasiado cosmopolita para mi gusto. Pero mostraba tanta armonía entre lo limpio y lo bello que el entusiasmo contagiaba y al mismo tiempo empalagaba. Es tan argentina Puerto Madero en sus folletos y en sus paseos que siempre me sentí tan ajena, tan internacional y extranjera. Nunca supe si fue por casualidad pero las primeras cinco personas que crucé hablaban otro idioma que no era castellano. Ésa no era la argentina que solía vivir en el conurbano bonaerense a una cuadra de mi barrio, esa que estaba pegadita a las vías, esa donde vivían todos mis amigos, entre el termidor, la calle de tierra, la cumbia, el ladrillo hueco a la vista, el poco revoque y las vías con zapatillas colgadas de los cables, los puntos estratégicos de los que aún venden un poco más de elixir de la muerte a los cadáveres que de vez en mes intentaba revivir cuando a medianoche recibía llamadas con color a miedo. Los nuevos pobres los llaman. Tal vez por eso por aquellos años comencé a ausentarme de esos parajes, tal vez porque prefería como todos fingir que esas cosas no pasaban a una cuadra de mi casa, a una cuadra por las vías, fingir que no quería a mis amigos tanto como parecía. Fingir como fingía cada mañana durante la semana.
Pero aunque me causaba fascinación y tristeza, una mezcla de sentimientos contradichos, era hora de relatar la historia de un mundo diferente a través de mi lente. Así entre el cielo despejado y mi oído que buscaba los sonidos del silencio entre los ruidos de ciudad, esperaba a mi musa inspiradora.
Dejaba la urbanidad. Quería disfrutar un poco. Me dí un gusto y alquilé una bicicleta para retomar un circuito desconocido. Pedaleaba lentamente para no tropezar con nadie aunque había muy poca gente, en realidad solo me había cruzado a una persona en todo el recorrido, una mujer que corría en ropas de gimnasia de marca, esas bien entalladas que le hacen perder al deporte su esencia, un mamarracho edulcorado.
Un grave error cometí en el paseo. En busca del cuadro perfecto me distraje mirando los edificios a la distancia y no me percaté que el camino era curvo. Confiada iba en línea recta. Las ruedas aceleraron estrepitosamente y un vértigo muy profundo hicieron que cerrara los ojos con fuerza, el viento resopló en mis oídos e hizo maraña en mi pelo. Volví a abrir los ojos, me sorprendió un próximo tronco, lo esquivé, resbalé y finalmente caí. El dolor en mi pierna era muy fuerte. Pretendí levantarme cuando una voz que se acercó me dijo – ¿Estas bien?- Su cabello castaño y enrulado junto con sus ojos café hacían un contraste perfecto con su cara tan pálida como la cal. Era el doble de alto que yo y vestía unas ropas simples pero con detalles retro que me hacían recordar a las fotografías de mis tíos en la juventud. Siempre me llamaron la atención los chicos que en su vestimenta descubrían un sazón de su personalidad de tintes relajados o como diría mi padre sin mas preámbulos un hippie. Este “hippie” era alto, muy delgado y llevaba, lo que parecía una extensión mas de su cuerpo, una boina bien maltratada.
- Sí, estoy bien, fue solo un tropiezo- le dije. Era mentira. En realidad me había dado un buen susto y me dolía todo el costado derecho por los raspones contra la tierra.
- Tus gritos fueron medios exagerados si solo fue un tropiezo – me hizo una sonrisa pícara y yo divagué entre la risa y el enfado. Volvió a insistir y yo volví a mentir.
- No te preocupes sobreviviré- Dije con media sonrisa.
- ¿Cómo hiciste para caerte de esta manera?-
- Solo me distraje un poco mientras pedaleaba es todo- Y recordé a la bicicleta. Era alquilada y no podía darme el lujo de romperla porque solo tenía un par de monedas para volver a casa.
- No te preocupes por lo visto sufrió menos daños que vos- me dijo y sin preguntar me guió colina arriba. Yo tropezaba torpemente entre las ramas de la frondosa vegetación mientras el adelante mío me contaba como me había visto caer. Un rubor rosado, que surgió de mis entrañas y subió por mi pecho, invadió toda mi cara por el relato.
- ¿Y qué hacías acá abajo? Tengo entendido que esta prohibido salirse de la senda.- Indagué por simple curiosidad.
- Ehhh… nada, en realidad paseaba solo y baje a explorar, ya me estaba aburriendo. Supongo que caíste del cielo, es decir, colina abajo, para hacerme componía.- Dijo jocoso y no pude evitar volver a ponerme colorada por la imagen de mis tontos grititos que ahora sondeaban mi mente como mosquitos una noche de verano.
Hablamos todo el recorrido sin parar y parecía mostrar mucho interés por mi carrera de fotógrafa profesional. Hablamos de libros, gustos en común, la familia, los amigos, las cosas de todos los días. Pero a pesar de las cosas cotidianas que nos contábamos, minuto a minuto la charla fluía en la dirección de las profundidades de los espectros. Cada vez era más sutil la descripción de los sentimientos frente a las cosas vividas y en aquel encuentro que duró ocho horas nos hicimos íntimos. Robaba mi conciencia este ladrón de todas mis penas. Nuestra visión del mundo era similar. Desde lo más general como la apreciación sobre un libro, como los gustos por los mismos sabores, por los mismos géneros de películas, hasta pequeños detalles como registrar al mismo tiempo el contraste de un pájaro que va volando con un avión que planea aterrizar a la distancia. La vida no era más que eso acumulación de momentos, apreciar los pequeños hacía que todo sea más hermoso. En mi mente decidí que ese sería nuestro lugar, en donde las horas pasaban más furtivamente que en cualquier otro lado, donde la noche se apuraba en asomarse para espiar en que plan se metían los futuros amantes. El cielo se tiño de un cálido color naranja con tintes rosados. Indicios de que debía irme. A la vuelta caminábamos uno al lado del otro sin tocarnos y en silencio.
- Me gustaría poder ver tus fotos algún día. - Dijo algo melancólico.
- Podrías venir a visitarme un día. – Dije mirando hacia otro lado para que no se notaran mis ganas de que aceptara la invitación.
- No creo que sea posible siempre frecuento este lugar. - Para ese momento ya habíamos llegado a la entrada de la reserva y nos acercábamos al puesto de alquiler de bicicletas.
- ¿Cuando?- Le insistí sin prestar atención a lo que había dicho.
- No me estas escuchando. Te voy a extrañar. – Sus palabras me parecieron extrañas, sin saber que decirle lo miré un momento mientras acercaba mi vehículo al vendedor.
- Te pasaste de horario. Alquilaste por tres horas y ya pasaron más de siete. - Dijo con voz severa un señor gordo de bigote.
- ¿Qué? Disculpe la verdad no me di cuenta – Estaba sorprendida había pasado tanto tiempo y a mi me parecía que solo había disfrutado unos pocos minutos.
- No te preocupes, no pasa nada. Pero ya sabes para la próxima. – Vio que era sincera, así que tomo la bici y me saludo con la mano.
- ¿A que hora…? - Me había dado vuelta para terminar de confirmar nuestro encuentro y ya no estaba ahí. Miré a mi alrededor para ver si solo le había perdido de vista pero entre la poca gente que recorría el lugar me percaté de que se había ido sin despedirse. Una helada de sentimientos vacíos invadió mi cuerpo y sentí una suave brisa rozando mi piel. Ésta erizó mis brazos y llevó el resplandor de ese día como si fuera la noche que amenazaba con correr los minutos del reloj para retrasarme en mi viaje. No lo entendía. ¿Que había pasado entre su sonrisa pícara y el vendedor de bicis que lo hicieron apartarse de esa manera de mi lado? Miles de preguntas y respuestas atravesaron mi mente como un rayo. Terminé por confundirme y saturarme de pensamientos. El frío que asomaba la noche no ayudaba. Solo quería volver a casa lo más pronto posible y saber que faltaban 60 minutos para llegar me deprimía aun más.
Llegue a casa y fui derecho a mi cuarto. Toqué la guitarra para no pensar. Rocé por horas las cuerdas entre acordes de blues que envolvieron las imágenes en blanco y negro de Chaplin, Frida y Charly de las paredes de mi cuarto. Tres ejes del arte, tres disciplinas en las que volcaba mi atención para no saturar mi mente entre preguntas y respuestas extrañas.
Al día siguiente revelé las fotos que había sacado. Estaba casi segura que en un par de fotografías aparecería él. Un pequeño engaño mientras tomaba fotos al paisaje y en realidad lo enfocaba casi por completo a mi acompañante. Pero para mi desilusión no aparecía en ninguna.
Esa noche fue la primera vez que soñé con él. Estaba sentada en el palco presidencial de un teatro parecido al Colón. Detalles en oro y tapizados aterciopelados de color bordo. En el escenario había una obra que no comprendía, unos seres envueltos en vestimentas exuberantes echaban del escenario a mujeres enmascaradas de blanco con vestimentas arraigadas y pobres. El único masculino entre estos últimos se fue acercando con una escalera larguísima de madera hacia mi palco por el pasillo. Cruzó entre la multitud de la audiencia pero nadie lo miró. Lo perdí de vista y pretendí levantarme para mirar hacia abajo pero en ese momento los dos palos principales de la escalera tocaron el borde del palco justo delante de mi dando lugar a que se presente el enmascarado que ya había terminado de subir cuando se inclinó sobre mi y me besó. Sus ojos oscuros y penetrantes me dejaron atónita y petrificada. Me mostró una sonrisa pícara y salió corriendo hacia la salida que se encontraba detrás. Corrí detrás de él. Lo perseguí por las calles de Buenos Aires en una noche fría. Entramos a un bar. La reconocí era la Cervecería Munich con sus inconfundibles terrazas de todos los tamaños similares a las obras clásicas de teatro. De la adrenalina de la persecución súbitamente me sometí a la calma y con toda naturalidad me senté en la mesa ocho del patio. Una escalera caracol me daba la vista a un segundo piso. Ahí estaba él. Parecía buscar a alguien. Se detuvo y espió por una ventana unos minutos. Decidí contemplarlo desde abajo y esperar que me haga componía. De repente unos hombres lo agarraron del cuello y lo amenazaron con armas. Intenté correr para salvarlo pero mis pies estaban atados al piso. Luché contra la gravedad pero cuando alcé la vista él ya había desaparecido en medio de la oscuridad de la noche.
El despertador sonó con la radio a todo volumen. Era hora de volver a disfrazarme.
Pasaron los días. Todas las mañanas lo recordaba, todas las tardes lo extrañaba y todas las noches tenía el mismo sueño. Un día finalmente me decidí. Era sábado y llegaría a la misma hora. Era una tarde despejada, con calorcito de hoguera y sueños de primavera. Miles de nervios e incertidumbres tocaban en mi mente las mil una dudas. El sol rozaba mi mejilla y las vías del tren guiaban mi camino. Las dudas contagiaban mis certezas de a poco. Tanto era así que aunque estaba segura de ir en la dirección correcta me detenía unos minutos a inspeccionar en las miles de cuadriculas y líneas rectas que simulan ser un perfecto plano guía t. El señor de adjunto observaba como giraba de arriba abajo el objeto de mi búsqueda y ofreció su ayuda. Yo sabía como usar una guía t y su ayuda me generó indignación.
El cielo estaba teñido de un hermoso azul. Lo observé con detenimiento. Es una manera de calmar mis ansias.
Era tarde. Corrí a la par de los minutos. Tenía que apurarme, la posibilidad era casi nula pero tenía que saberlo. Volví al lugar en donde nos encontramos por primera vez. Pasé horas sentada en la base del árbol que causó mi caída. Decidí pasear por los lugares que habíamos recorrido. Pasaron más minutos, más horas. Volvió a atardecer. La vista desde el mirador del Lago de los Patos era hermosa, los últimos vestigios de luz acariciaron suavemente los pastos altos y también mis lágrimas hasta desaparecer en el horizonte.
Luego de esos días llenos de desilusiones nunca más visité ese lugar.
Muchas veces quise volver a la reserva pero jamás lo hice por miedo a decepcionarme otra vez como quinceañera.

Actualmente cuando paso por la Costanera o por Puerto Madero miro por sobre mi hombro ese verde que de tantos buenos secretos fue testigo. Talvez ahora que estoy sentada en esta biblioteca fría con su foto en mis manos sea hora de volver por una última visita.
- ¿Te pasa algo? – Me dijo Mariana preocupada.
- No, solo que estoy algo mareada ¿Nos vamos? Creo que ya recolecte demasiado. – Dije justo antes de arrancar esa página y meterla en mi cartera sin que Mariana pudiera ver.
Esta tarde noche estoy en la Reserva. No se bien porque estoy acá. Fue un impulso. Quiero hacer un último intento ya que no puedo sacarme de la mente miles de preguntas, hechos, memorias. Si los documentos me dicen que murió antes de nuestro encuentro en Costanera Sur ¿A quien había visto en realidad? ¿Acaso era la misma persona? ¿No murió como lo confirmó su cuerpo encontrado hace unos pocos años? ¿Qué significaba ese sueño recurrente? Pero lo que me deja mas perpleja es la obvia pregunta que hace ruido una y otra vez en mi mente ¿Qué hubiera pasado con nuestras vidas si aquel encuentro de jóvenes en la Cervecería Munich hubiera sucedido? ¿Qué hubiera pasado si no hubiera elegido ese bar y si no hubiera tenido que subir al segundo piso para buscarme? Seguramente hubiéramos estado juntos. Pero es una pregunta que me seguiré haciendo esta noche bajo este árbol en donde nos conocimos. Donde siento que me falta algo. Donde padezco este frío que juega a hacer escarcha entre las bifurcaciones de mi piel y vapor entre mis labios rojos. Donde pasan las horas y no pasa nada.