domingo, 20 de febrero de 2011
Tafi del Valle
Una primera impresión, una primera pregunta ¿Cuántas vidas se perdieron en Potosí para confeccionar los platos de plata de los antiguos dueños de la famosa “Casita de Tucumán”?
Segunda impresión, una certidumbre: aires de otros tiempos, la historia que conocemos desde siempre, que de tanto conocerla a veces se nos olvida. Un pilar más del imaginario colectivo llamado cultura argentina que se impregna en las entrañas de este icono indisoluble de historicidad.
De a poco el asiento se hunde. Una nube atrevida quiere dejar de volar para pisar los montes verdes y junto con estos tapones en los oídos me da conciencia de la altura. Pierdo mi vista entre la vegetación, cortinas guardianas de los secretos de los valles calchaquíes, mientras el sol se esconde de a poco detrás de los horizontes diagonales, triangulares de los montes. Callan las gargantas hasta que derepente la noche silenciosa nos despierta con el brillo de miles de centellas reunidas en lo bajo del valle… Tafi del Valle.
Abrir la carpa al amanecer y ver sorprendida el paisaje que a la noche no pude distinguir fue una de las sorpresas más dulces del viaje. El pueblo es chico y recubierto de caminos llenos de vistas increíbles a un verde uniforme. Con razón llaman a Tucumán el jardín de la republica… sus jardines son un polvo especial de flores sobre mi nariz que despierta sales a las mejillas de mis reflexiones. En la cima del cerro de la cruz hay un viento, una brisa perfumada que trae a mi olfato la esencia de pétalos rojos, rosas, blancos… colores que brillan desde este verde alimentado por el río de miles de manchas blancas, rocas quizás, de un valle con ecos de pueblo en los viejos escondites de los tafies. Una mariposa blanca hace posar mi vista a mi paralela altura, cientos de Km. Hay una muralla de tierra algodonada en verde oscuro y un triangulo que roza su extremo al cielo tocado por nubes cargadas de ansiosa lluvia. Que llueva!! Las lágrimas del cielo serian la última conexión con el aire.
Mis ojos se saturan, mis oídos son dulces, el silencio es acompañado por el cantar de aves y grillos.
Y luego de haber estado tan alto, el valle nos sopla su historia. Nostalgia, tristeza de un pasado distante representado en cientos de fragmentos cerámicos. Rostros de gente que ya no esta cruzan mi mente mientras Julia con su mirada profunda hace sentir al lugar vivo. Caminando a pie por las calles de Tafi hay una reliquia de 1718 a dos aguas de paja y adobe. Construcción de una historia que vengo arrastrando desde Alta Gracia y San Ignacio, pero que esta vez me despierta de una manera diferente a pesar de que su tamaño no sea el de las imponentes ruinas de Córdoba o Misiones. Y como en aquellos rincones, su belleza alberga una mancha, como la historia misma. Esta tierra en los 70` sufrió, como cuerpo humano, la invasión de un virus a cada célula de su ser. Acá también hay un hueco lleno de preguntas con olor a un pasado negro y cercano. Que curiosidad tan grande, que secretos guardara este agujero escondido detrás del altar. Dudas que también se ruinarán conmigo en el próximo destino que nos marca la Ruta 40: Amaicha del Valle.