Acá, inmersa en las molestias. En las ataduras corporales de sogas invisibles llamadas resaca. Me pongo a desenredar de un tirón los hilos de memoria que quedaron de la ultima experiencia nocturna.
Las gotas repiqueteaban amenazantes tras la ventana del cuarto de las confesiones amistosas. Pero la noche era amena y este ruido no iba a hacerme dar pasos a un costado. El viaje a capital federal a veces es molesto, debo admitir, pero la costumbre mata ese efecto desalentador. Voy a capital federal, voy acá, a la vuelta de de la esquina. ¿Y qué vas a hacer allá? Me pregunta un amigo que no entiende nada de esto y por lo tanto no solo no me acompaña sino que me dice rara.
Rara…
Así me llama.
Porque para mi los ojos no son mas que ventanas sin sentido sino son acompañados por las cortinas de mi olfato, los vidrios de mis labios, mis orejas y mis manos.
Rara…
Así me llama
Porque mi curiosidad desborda mis percepciones e inunda mis sentidos para que mi mirada flote sobre este mar sensible en la búsqueda de un puerto con playas de nirvana. Playas pintadas con las cosas más simples de la vida como el amanecer.
¿Acaso alguna vez oíste el hilo de aire y el crujir que deja la yerba mate en su camino hasta tu boca? Sí, cruje como las hojas secas de un día de otoño.
¿Acaso alguna vez notaste a qué huele la entrada de tu casa? La mía huele a lavanda, asfalto mojado y laurel.
¿Notaste las manchas oscuras de la luna antes de que se escondiera suave y tímida tras el biombo de nubes? ¿Notaste esas estrellas que están y aquellas que son invisibles, pero que de hecho existen allá afuera?
La alegría tonta de espiar a un picaflor, un bicho de luz o ese insecto rojo de manchas negras haciendo cosquillas en las yemas de tus dedos. Alegría tonta comparable a encontrar una moneda en la calle.
El perfume de las sabanas limpias y el color infinito de la profundidad de las tres de la mañana.
El sonido del silencio cuando arenosamente el cereal acaricia tu lengua.
El cariño del sol sobre una mejilla.
El aire resbalando por las hojas.
La percusión del cielo y de la lluvia.
La espuma abrazando tu cuerpo.
La tierra polvorienta bajo tus pies.
La mirada perdida de la gente extraña.
El rozar aturdidor de este lápiz.
Ahora lo hiciste, lo acabas de hacer. Pero si no es así, entonces no me busques. Si no es así, entonces no me llames. Aunque mis noches sin ti no sean mas que una ausencia y el despertar de otra mañana de desencuentro. Solo llámame, solo búscame si vas a utilizar esa palabra: RARA… porque tu normalidad… me da tanta lástima.
Una tela lila que cuelga desde del techo me indica el camino entre los diferentes pisos y correspondientes exposiciones.
Una película perdida. La confesión de la audiencia: – nunca pasa nada, es interesante, pero nunca pasa nada –. La respuesta de la ausente con tono irónico: – somos tan postmodernistas…- . Mientras esta conversación fluye de fondo se expone, sobre el piso de madera y las luces escarlatas, una obra sin sentido pero llena de sentidos. Una ironía. Un parto. Una canción extraña. Mujeres doloridas. Mujeres enfermizas. Gracia. Risa. Cara de escepticismo. Fueron algunos ingredientes de este menjunje de colores. Minutos más tarde una subasta de arte es confundida con un stand up a razón de su fracaso. Nadie quiere comprar arte esta noche, todos buscamos dos pesos escondidos en los bolsillos para comprar otra cerveza.
Hay una sala semivacía, mi sala favorita, se encuentra envuelta en palabras de a dos y comparte el sonido de sus voces entre sorbo y sorbo. Espectadores. Aunque esa seria una palabra incorrecta para describirnos. No hay obra para ver. El piso dos es un todo. Los cuerpos espontáneamente danzan de manera diferente sin que nadie los llame, sin que nadie los convoque. Entre la expresión corporal y el roce de los seres nos quedamos mudos entre fragmentos de relatos. Callamos para extrañar estos movimientos y esos espacios que antes compartíamos con frecuencia los sábados. Y sin darnos cuenta de un momento a otro estos bailarines se vuelven el centro de la escena. Sus rostros enmarcan pasión y goce. Miramos, observamos, contemplamos las sombras proyectadas por el calor de las luces doradas y coloradas. Sombras delicadas pronunciadas con gracia. Podrían estar así toda la noche y yo podría mirarlos por horas.
Tercer piso de fiesta. Lo que parece un closet se disfraza de barra. Se escuchan sonidos rescatados de las tradiciones nórdicas fusionadas con algo más cotidiano y un baile divertido. Espiar la terraza para ver entrar los aires varios segundos y bajar las escalera para volver a bailar pero con sonido mas cotidianos. Reggae y saltos enérgicos cierran la jornada.
El sueño es aplastante. Es hora de marchar a nuestras casas y dejar atrás al 1er Festival de las Artes del Instituto Universitario Nacional de Arte.