De un tirón, un miercoles a las 11 am.
Me había recostado la noche del martes 26 feliz de poder descansar hasta el mediodía, pensando que la noticia unánime de la tarde del miércoles, esa que me acompaña entre los sabores de mates solitarios y mermelada cotidiana, iba a ser nada mas y nada menos que la del censo nacional. Nunca me hubiese imaginado que ese feriado no solo iba a levantarme temprano sino que esa noticia no iba a ser plasmada por ningún canal.
Estaba entre sueños y eran las diez de la mañana cuando mi mamá subió las escaleras y con un nudo en garganta me dijo – murió Kirchner.- Pocas veces en mi vida me levante urgente de la cama gritando un qué tan incrédulo entre mis labios. No lo podía creer.
Yo no vote por él. Y lo digo no solo porque tenia apenas 13 años en aquel 2003 sino porque nunca me considere peronista y hoy incluso ni siquiera K. A pesar de ello jamás creí sentir tanta inseguridad, tristeza, miedo y bronca por la muerte de alguien que no perteneciera a mí circulo de conocidos.
Y es que siendo hija de la democracia y con mí corta vida, jamás antes había no solo visto sino también sentido que algo diferente podía gestarse en el seno de nuestra sociedad, desde que ese personaje de mirada extraña y de saco desalineado había asumido la presidencia. Recuerdo cuando agarro el bastón al revés o cuando entre el tumulto de gente se golpeo la cabeza contra una cámara inquieta. No seria la última vez que la prensa lo golpearía. Eso que se estaba gestando era algo viejo que se renovaba como nuevo: política. Política en el escenario público. Esa palabra demonizada que gracias a su gestión volvió a estar presente en la vida de los argentinos. Una palabra que muchos descalifican como si fuera un insulto para esconder bajo la alfombra, entre tantas otras cosas, verdades de una historia negra de la cual nadie desea hacerse cargo. Tal vez por eso llaman a los nuevos jóvenes militantes, vagos politizados. Se indignan, se escandalizan o bien porque hace casi cuatro décadas atrás su única contestación era “Buenos días, señorita” o peor aun porque ellos mismos eran quienes enseñaban el silencio.
Hasta que un día, se bajo ese retrato, un 24 de marzo se convirtió en feriado nacional y recibiendo pañuelos blancos en su despacho se dio inicio al pago de una deuda enorme. Deuda no inscripta en billetes verdes o violetas, sino en gritos de un corazón latinoamericano situado bien al sur del cono sur.
Hoy muchos sin cara se atreven a llamarlo “Un gran presidente”. Ahora que ya no esta. Un poco de hipocresía. No es necesario mencionar sus nombres, sus agencias. Ya son sabidos por todos.
Tristeza y miedo porque es una perdida fundamental en el lado de una balanza que brilla en su cúspide con un modelo integrado por decisiones políticas que hacen ver a la democracia como un camino certero con finalidades comunes: la asignación universal por hijo, la ley de matrimonio igualitario o la tan preciada ley de medios. El guardián que con sus aciertos y desaciertos tenía su mano puesta en el hombro de un proyecto llamado argentina. Haciendo publico lo que fue privado con el neoliberalismo. Yerba mala, esa si que no muere. Y eso es lo que genera inseguridad. Una baja, y como en toda balanza la física la obliga a buscar nuevos equilibrios. Posible búsqueda de equilibrios llena de buitres que este día celebran con champaña de la más cara. Bronca. Los argentinos parece que no tenemos suerte.
Pero luego de mirar la ventana informativa el miedo se apacigua. Ahí esta la actual presidenta. Ella que no es Isabel, el que no era Perón. A pesar de que algunos se sigan parando en la inestabilidad más próxima pensando que la historia puede volver a repetirse con otros actores. No los culpo son los síntomas de las heridas de esta tierra ciclotímica. En lo personal no creo que se retrocedan diez años y no son sentimientos infundados. Me da esperanza toda esa gente que acompaña no solo a esta familia bajo una bandera sino que principalmente acompañan a un modelo de país que hicieron propio. Aquellos independientes que no son militantes, que no miran 678 pero que se sienten identificados por más de una razón. Porque a pesar de las polémicas y los trapos sucios que se puede sacar al sol es indudable que la escena ha cambiado. Y prefiero esta argentina que el de mi niñez y preadolescencia: esa Argentina de los años 90. Y fundamentalmente, porque me llena el corazón de orgullo, prefiero mil veces esta Argentina con una unión de hermanos latinoamericanos nunca antes vista; que despide emocionada, a través de sus dirigentes, con besos, abrazos y palabras de cariño, respeto y fuerza; a la figura política más influyente e importante de los últimos tiempos.
El dolor recorre las calles de Buenos Aires. Gente triste, gente que canta, gente que llora, llena cada rincón de la Plaza de Mayo. “Somos muchos los que estamos, no tocamos bombos, no levantamos banderas pero estamos acá.” Y acá, no se puede creer…