martes, 15 de junio de 2010

Noche en San Marcos Sierra


El aire esta frío pero seco. Camino por el polvo duro de estas calles de tierra dejando mi huella como una más que paso por este pequeño paraíso del universo. Una huella mas entre muchas otras que vendrán año tras año y la modificarán en otras formas que se perderán con el paso del viento en el tiempo. La noche esta estrellada como pocas. Como aprecia uno lo que sabe que perderá en pocos días. Algo tan pequeño y efímero, del orden de lo cotidiano, nos es tan inmenso cuando nos detenemos a ver lo que nos falta. Reconozco a los míos por este pequeño detalle. Sí, a los de Buenos Aires nos encantan las estrellas y no paramos de mirar el cielo. Ojala fuera solo por eso que nos consideran unos nariz parada, pero tristemente denota lo soberbio, lo egocéntrico. Al menos con Santa Fe nos podemos guiñar el ojo fácilmente en este lugar que parece ajeno pero tan propio al mismo tiempo. Hasta que con una simple frase se rompe esta tensión de externo, extranjero, el otro…, aunque dicha frase en un primer momento te delate como el externo, extranjero, el otro… Es un doble juego de palabras, una doble dosis de sentimientos contradichos. Pero en el fondo no importa de donde venís sino el aura que trasmitís en una buena charla entre mate y guitarra.

Somos ligeros, hace frío. Llegamos. La oferta es amplia pero tan homogénea que satura, es decir, da lo mismo pero… ¿Dónde? Sentadas todas en una pequeña mesa en la calle, que ahora peatonal de plaza, nos empolvo los pies de suave tierra. La espuma esperaba que el destello de sol rozara los labios para que entre acentos cantados y secos de la misma lengua soltara eso… la lengua, para manifestar almas de viajeros descubridores de personas.

Salida de un cuento de hadas como la bruja de Blanca Nieves que ofrece la manzana envenenada a la bella niña, surge de la oscuridad amarilla de las luces de plaza, esta anciana comerciante de la hoja de la risa. Pero esta vez la niña no acepta la manzana.

Sonidos de candombe se confunden con la diversidad de la música de cada bar multicolor. Manchada de circo estaba la plaza ¿Cómo no participar de la fiesta? Las banderas ahora son mías y bailo al compás del reggae y las flameantes cintas prestadas por la Irupé, quien disfrazada de duende confiesa su verdadero nombre de ciudad: María.

En el patio cervecero las lenguas se confunden en una sola. La multitud charla mientras la banda de fondo invita al baile a los cuerpos ligeros, artísticos, divertidos, inmorales, los invita a ser libres por un breve momento de la presión que durante el año viven en el espacio del asfalto y las luces artificiales.

Uva más cebada. Combinación de lo elegante y lo barrial, de lo viejo y lo juvenil, de la cena y la fiesta. Mezcla que se vuelca en este ritual nocturno entre los incomprendidos que en lugar de ir a hotel, van en carpa, que en lugar de ir en micro van a dedo, que en lugar de valija llevan mochila ¿Por qué? Me preguntara la gente necia que se considera normal. Normal como uno me dirá un pibe dos meses después que no conoce la diversión de descubrir cosas nuevas. Gente normal, cobardes...

La música se apaga y todavía es de noche. Cuerdas para las manos ansiosas del músico surgen de algún lugar y entre diez nos vamos a la plaza para seguir bailando. Cantando nos vamos al río en un abrazo común para evitar tropezar entre las rocas de este camino oscuro y laberíntico.

Otra vez cortan las voces de esta noche. Mas al fondo nos aventuramos entre la naturaleza tranquila, los sonidos del correr del agua y las hojas que con la brisa nos acaricia.

“Gardeleando” un “Cobarde Para Amar” en “America del Sur”. Me hacen preguntar si Gardel vivió algo parecido. Y me lleva a reconocer la grandeza de algunos que extienden su recuerdo a lo largo del tiempo, no como la huella que hace 5 horas deje al pasar en ese camino de tierra y seguro ya fue modificada por alguien más. Hay algo eterno en eso. Inspiró a músicos y un día un grupo de estos decidió nombrarse sus hijos. Pero no del tango sino del rock. Esta noche esta presente en un fanático de esos hijos adoptivos que plasma en los acordes de estas cuerdas canciones que nos sirve de guía en la oscuridad de la noche.

Derepente la luna llena alumbra el río y éste como un espejo a nosotros. Miro a mí alrededor. Ahora somos treinta ¿de donde salieron? Bailan inmorales, lujurioso. Otros sentados sobre las piedras ven a la noche desaparecer y al sol alumbrar sus caras de sueño y bajada de cambio.

Todo el rock de Divididos dice lo mismo: da la vuelta y besame, besame y da la vuelta. Es lo que se oye en sus cuerdas.

Las estrellas desaparecieron.